martes, 2 de marzo de 2010

Reflexiones Biblicas

UN MAESTRO DESLENGUADO.
“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre.Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica” (Stg.3:13-15)
“La boca del justo habla sabiduría, Y su lengua habla justicia” (Sal.37:30)

Un maestro es aquel que posee el don dado por el Espíritu Santo que lo capacita para instruir al pueblo de Dios, por tanto el oficio de maestro en la iglesia no es dado por los hombres, ni por criterios e intereses particulares, ni por la ambición de enseñar que pueda experimentar aquel que aspire a tan noble tarea, es un don o capacidad que solo puede propiciar Dios. Hace poco tuve la oportunidad de presenciar como un supuesto “predicador” de la Palabra con ínfulas de ser maestro afirmó con su lengua, sin temblarle la voz, que “la doctrina de la autonomía no existía, que era puro cuento y bobería” (cita literal), pero esto es de esperarse, después de todo estas cosas pasan con un propósito, en este caso particular para mí fue el de poder comprobar en la práctica el porqué del empeño del apóstol Santiago de conectar a aquellos que ambicionan el ser maestros y el gobierno de la lengua.

Entre las calificaciones y requisitos para el oficio de maestro en la iglesia es indispensable que el que haya sido verdaderamente agraciado por este don o atributo divino y llamado por Dios a ejercerlo sea ante todo un hombre sabio, humilde y fiel a la Palabra que pretende enseñar. Les invito a que analicemos juntos estos tres requisitos básicos que adornan a un autentico maestro en la congregación. La sabiduría no tiene su asiento en la capacidad intelectual, ni en pomposos títulos académicos, ni en sabiduría de palabras que por cierto hacen vana la cruz de Cristo (1 Cor.1:17) la sabiduría para el cristiano tiene su principio en el temor de Dios, que se manifiesta en el cumplimiento de sus mandamientos, eso es lo que nos define como verdaderos hombres de Dios (Ecl.12: 13)
¿Cómo es posible que uno que pretenda ser maestro de la Palabra divina no crea en ella? ¿Cómo es posible que dude, censure, y juzgue la Palabra que está destinado a juzgarle en el día final?, el que hace tales cosas conforme a su pervertida sabiduría humana y quiere “hacerse maestro” atrae sobre si doble condenación (Stg.3:1), el apóstol Santiago nos enseña que el hombre que duda y reniega de la Palabra donde ha depositado su fe es un hombre de doble animo e inconstante en todo lo que emprende (Stg.1:1-8), el término “doble animo” es sinónimo de insinceridad, de hipocresía, su doblez moral consiste en aparentar una vana religiosidad y a la vez conducirse según sus intereses mundanos en búsqueda de gloria y reconocimiento personal aunque entren en contradicción flagrante con los mandamientos de Dios. La única gloria del cristiano en su condición de servidor de Dios es la sencillez y la sinceridad no conforme a la sabiduría humana sino a la divina (2 Cor.1:12) “Porque nuestra gloria es esta: el testimonio de nuestra conciencia, que con sencillez y sinceridad de Dios, no con sabiduría humana, sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo, y mucho más con vosotros”.

Para Santiago Sabiduría y Humildad constituyen un binomio indispensable para el oficio de maestro, sabiduría/humildad son dos virtudes inseparables que se retroalimentan entre si, a medida que adquirimos sabiduría por medio del conocimiento de Dios seremos más humildes y reverentes ante la revelación bíblica y estas virtudes garantizaran a su vez nuestra fidelidad incondicional a la Palabra que como maestros debemos transmitir íntegramente a nuestras congregaciones.

Los que afrentan con su lengua de iniquidad a la Palabra de Dios queriendo hacer maestros e ignorar y despreciar las doctrinas que el Verdadero Señor de la iglesia a instituido como patrón de organización para su pueblo no persiguen otros fines que el lucro, gloria personal y el enriquecimiento mediante el monopolio del poder que solo tiene Cristo ganado con su sangre, ¡que Dios se apiade de sus almas y que algún día puedan encontrar el primer amor, …. Si es que alguna vez lo experimentaron…!



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