jueves, 21 de enero de 2010

Textos para estudio y meditación.

“Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?” (Sal.42.1-2)

“¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; Mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre” (Sal.73.25-26)

“Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, Ni estuvo en camino de pecadores, Ni en silla de escarnecedores se ha sentado; Sino que en la ley de Jehová está su delicia, Y en su ley medita de día y de noche” (Sal.1.1-2)

Salmos 42:1-2; 63:1-2 – La sed de Dios: señal de crecimiento espiritual. Aquí vemos un elemento constitutivo del crecimiento espiritual: la sed del hombre por Dios, podemos describirla como el anhelo de nuestra alma de saciar su sed en la única fuente que puede llenar esta necesidad: Dios mismo. Es en esencia el impulso intenso en el ser humano de buscar a Dios y presentarse delante de Él con la misma urgencia con que necesitamos del agua como elemento vital. El alma se compara al ciervo que brama por calmar su sed, el cristiano solo puede calmar esa sed en el rio del Espíritu divino para refrescar su alma, lo cual implica renovación y restauración tanto espiritual, como física. Aquí se expresa claramente el ansia por la comunión con Dios como fuente de agua viva. Otro elemento a tener en cuenta en este salmo es que la sed y la sequedad significan en el contexto bíblico cansancio y miseria moral ante la incapacidad de enfrentar situaciones adversas y hostiles. El objetivo final es alcanzar a ver el poder y la majestad de Dios en medio de estas circunstancias.

Salmo 73:25-26 – Dios es el único bien que satisface al cristiano: el ser humano como criatura está destinado para Dios. Es feliz aquel cuyo propósito descansa en la Roca eterna e inconmovible sobre la cual echamos los cimientos de nuestro nuevo estilo de vivir. Dios es nuestra única fuente de vida abundante. Cuando en momentos de crisis y soledad llegamos al desfallecimiento espiritual solo en El y en su cercana presencia encontramos el único asidero firme y refugio seguro.

Salmo 1:1-2 – La meditación en la ley de Dios santifica al hijo de Dios y lo aparta de la conducta de los impíos: por tanto es imprescindible en el crecimiento espiritual para llevar a la aplicación práctica y personal la ley de Dios. El hábito de reflexionar sobre la Palabra de Dios preserva la bondad y rectitud de nuestro corazón y nos hace crecer y madurar espiritualmente.

Romanos 8:26-27 –La obra intercesora del Espíritu Santo: por todos los cristianos en la práctica de la oración. En el momento de la oración también contamos con la ayuda de Dios, quien por medio de su Espíritu nos auxilia para pedir “como se debe” ya que somos incapaces en este sentido producto de nuestras debilidades espirituales.

I Juan 5:14-15 – La confianza en la oración conforme a la voluntad divina: Si pedimos en nuestras oraciones dejando a un lado nuestra voluntad y que sea la voluntad de Dios la que se finalmente se imponga solo entonces El nos oirá y podemos por fe considerarlas concedidas.


Filipenses 4:8-9 –Los valores o virtudes de la espiritualidad: La prioridad del crecimiento espiritual en el cristiano es ejercitar la piedad como máximo valor o virtud intrínseca a su espiritualidad. La piedad es el amor incondicional hacia Dios; la dimensión moral se concreta en el amor en relación al prójimo. Los valores o virtudes que caracterizan nuestro crecimiento espiritual deben ocupar el primer lugar contra los valores y virtudes según los patrones del mundo, por tanto no debemos despreciar nada que sea bueno en sí porque todo lo bueno y agradable procede de Dios; de tal manera que cada valor o virtud ocupe su debido lugar. La piedad y la moral verdadera son inseparables por tanto son autenticas joyas de nuestra espiritualidad cuando son llevadas a la práctica, de esta manera no sólo experimentaremos “la paz de Dios”, sino que ese mismo Dios de paz estará con nosotros.

Mateo 6:19-21 –La sencillez: una disciplina espiritual donde una actitud interna se refleja en un modo externo de vivir donde las riquezas están controladas solo por Dios. El hombre debe servirse de las cosas que son perecederas, pero no convertirse en esclavo de las cosas. El consumismo es un problema que golpea la espiritualidad del hombre moderno y aun de aquellos que dicen ser cristianos. Cuando nos ocupamos en la trivialidad de hacer “…tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen,..” entonces optamos por el lado humano de la perspectiva de la riqueza y olvidamos que Dios es el dueño de todo. Al confiar en las riquezas no buscamos primeramente el reino de Dios, porque no confiamos en El. Solo debemos servir a Dios y no a las riquezas.

Juan 13:13-14 –El servicio: ser más humildes. Dios nos ha creado los unos para los otros, tenemos el ejemplo en Jesucristo, aprendiendo de él esa capacidad suya de vaciarse para servir a los demás es que realmente llegaremos a una libertad plena y por ende alcanzaremos la felicidad a la que aspira todo ser humano.

Isaías 6:1, 5-8 –La purificación y santificación: necesidad de reconocer nuestros pecados ante la santidad divina y ser purificados y santificados para poder servirle.

Romanos 12:1-2 – La santificación y consagración de todo nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo al Creador que nos ha llamado a la comunión con su Hijo Jesucristo lo que implica una transformación espiritual de tal manera que la renovación interna sea un proceso del cual toda nuestra vida sea nueva en sus motivos y fines.

Creemos en la Persona y Obra del Espíritu Santo

Cuando Jesús el Cristo exclamó desde la cruz del calvario “Consumado es” estaba poniendo punto final a la obra de expiación en esta tierra. Después de su resurrección y ascensión al cielo entonces fue posible la obra del Espíritu Santo en su derramamiento en el Pentecostés que dio inicio a la iglesia y la inspiración de la Escritura. El Espíritu divino habita en cada uno de lo que han creído y han sido bautizados conforme al evangelio de Cristo (Mr.16.16), es en este sentido que la iglesia vive una nueva era, la era del Espíritu, no como una influencia o energía sagrada, sino como una Persona de la Deidad igualmente merecedora de toda la adoración y gloria junto al Padre y al Hijo.
La encarnación o nacimiento de Jesús es obra del Espíritu como vinculo de unión entre Dios el Padre y el Hijo: “Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lc.1.35-36) Es el Espíritu Santo el encargado del gran misterio de la fe de fusionar lo no creado y preexistente con la naturaleza humana de María en la Persona del Hijo.
Durante el ministerio terrenal de Jesús fue su humanidad el templo del Espíritu Santo otorgado sin medida por Dios Padre, Jesús siempre ejerció su ministerio bajo la comunión y dirección del Espíritu “Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida. El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano” (Jn.3.34-35). Cuando Jesús entrega su sangre por nosotros y se produce su ascensión ya deja de estar bajo la guía del Espíritu y él a su vez se convierte en el dador de ese mismo Espíritu a su iglesia: “Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís” (Hch.2.33) “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (Jn.16.7-11)
Así como Jesús de Nazaret reveló definitivamente a Dios Padre a la humanidad entonces la obra del Espíritu va a consistir en revelar al Hijo a su iglesia para adorarlo y glorificar su Señorío: “Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo” (1 Co.12.3)
En el nacimiento de la iglesia en Pentecostés el Espíritu Santo continúa la obra de Jesús ministrándola y dándola a conocer a su iglesia “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Jn.14.16-18). En Pentecostés los apóstoles fueron llenos del Espíritu Santo comenzando con capacitar a los discípulos con el don milagroso de poder anunciar el evangelio a los representantes de otras naciones y que lo oyeran en sus respectivas lenguas natales (Hch.2.4).
En Pentecostés ante la interrogante de “Varones hermanos, ¿qué haremos?” proveniente de la multitud arrepentida al serle anunciado el evangelio de Cristo por Pedro vemos como el apóstol responde: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. … Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas” (Hch.2.37-41) Esta ayuda del Espíritu solo es posible cumpliendo las enseñanzas de Jesús “Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Jn.14.23-24) Como podemos apreciar la obra del Espíritu Santo como Persona de la Deidad está conectada directamente a la salvación del alma de cada individuo redimido por la sangre del Cordero, y en consecuencia directa con el establecimiento de la iglesia y como fuente insustituible de poder en su testimonio ante el mundo pecador. El Espíritu es el Paracleto o Consolador quien tiene como función enseñar y recordar las enseñanzas de Jesús: “Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn.14.25-27)
El Espíritu Santo una vez recibido por el creyente el momento de cumplir el mandamiento del bautismo va a ministrar en dos sentidos, capacitando al nuevo convertido tanto en relación a los frutos del Espíritu como en relación a los dones. El fruto del Espíritu es el AMOR como indicador que identifica al verdadero convertido como hijo de Dios y la madurez espiritual que ha alcanzado. En cuanto a los dones del Espíritu son las capacidades destinadas al servicio al prójimo y que son vitales para que la misión de la iglesia tenga éxito. Jesús hizo la provisión suficiente para nuestra salvación, al obedecer el mandamiento del bautismo el pecador recibe según la Escritura dos beneficios de la gracia divina: el perdón de los pecados y el don del Espíritu Santo. El llamamiento gratuito de Dios para la salvación del ser humano es por medio del Espíritu de manera directa por la Palabra convenciéndolo de su condición pecadora. El propósito de Cristo no solo es salvar al alma individual sino reunir a todos los redimidos en una organización espiritual que es su iglesia y es el Espíritu Santo el vinculo común que une a todos los miembros unos con otros y todos a su vez con la Cabeza que es Cristo Jesús.