jueves, 12 de agosto de 2010

RAZONES PARA EL ESTUDIO DE LOS FUNDAMENTOS DOCTRINALES DE NUESTRA FE.

Todo libro humano es finito en contenido. Puede ser leído, estudiado, aprendido de memoria, hasta que un día llega a ser dominado y no se le necesita más. Pero la Escritura es la Palabra de Dios y cuanto más la sondeamos más se ensanchan sus dimensiones divinas y se imponen ellas mismas.
Hans Urs

PRIMERA RAZÓN: El contenido de nuestras creencias y su consecuente práctica perfilan nuestra condición moral ante el mundo.

A medida que perseveremos en el estudio constante de la Palabra de Dios se van a consolidar y fortalecer nuestras convicciones y prácticas, que no solo determinan nuestro destino a la eternidad, sino que también nos hacen responsables por el destino de los que nos rodean. Las convicciones y experiencias del seguidor de Cristo perfilan su condición moral en todas las áreas de su existencia, dichas creencias y practicas se auto-proyectan y a la vez se retro-alimentan en sus relaciones e influencias dadas en el entorno social que le toque vivir y predicar el evangelio. Este principio, que es básico en la directriz pastoral del predicador fue el que motivó las siguientes palabras del apóstol Pablo a Timoteo: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (II Tim.2:15)

SEGUNDA RAZÓN. Estamos destinados a ser portavoces de la Palabra de Dios en la realidad concreta de este mundo.

Nuestra misión es predicar a Cristo e instruir al pueblo de Dios, consecuentemente nuestras palabras deben ser las del Maestro de esta manera queda garantizada la integridad de la doctrina y la autenticidad de nuestro testimonio que constituirán nuestras credenciales ante el mundo. “Ocúpate en estas cosas, permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. Ten cuidado de tí mismo y de la doctrina, persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a tí mismo y a los que te oyeren” (I Tim.4:15-16). La enseñanza de Pablo es bien clara: le aconseja a Timoteo, que primero conserve y legitime su identidad como cristiano para que pueda salvarse y a la vez salvar al mundo, la salvación depende de la responsabilidad individual pero es imposible ignorar que posee también una dinámica colectiva a partir del anuncio de las Buenas Nuevas de salvación. La doctrina y la práctica religiosa del cristianismo deben estar despojadas de la autosuficiencia esotérica. El auténtico cristiano en ningún momento vive su fe de espaldas a la sociedad humana “Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (Jn.17:14-15). Cada cristiano se constituye en “sal de la tierra”, porque la simiente que es la Palabra de Dios, debe ser proclamada con cada gesto y palabra, con cada acto de nuestras vidas cotidianas en este mundo perdido y sin esperanzas hasta el regreso de nuestro Redentor.

TERCERA RAZÓN. No basta con nuestra sinceridad, ni podemos confiarnos de nuestra limitada percepción de la realidad. A pesar de poseer una conciencia que nos permite sentir e interpretar la realidad no siempre comprendemos o sabemos, nuestro sistema cognoscitivo es imperfecto porque nuestro corazón está enfermo, nuestro entendimiento es limitado por el pecado, esta limitación puede ser vencida solamente por una autentica conversión y seguimiento de Cristo, educando nuestra conciencia en los valores y las enseñanzas bíblicas, sin añadir u omitir de la Escritura.

Al ser nuestra mente imperfecta y no percibir la realidad correctamente, es necesario perseverar sin desmayo en el estudio de la Biblia para contrarrestar nuestras certezas puramente humanas al querer apropiarnos de la verdad de espaldas a la voluntad de Dios. Es muy frecuente encontrar personas que le conceden más importancia a la sinceridad de sus creencias que al contenido de las mismas. Obviamente ser sincero es una cualidad necesaria ante cualquier sistema de pensamiento y un atributo encomiable en cada persona. Pero La Biblia nos enseña que nuestro sistema sensorial jamás debe desplazar el conocimiento de la verdad que solo está en Cristo Jesús, porque “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso, ¿quién lo conocerá?” (Jer.17:9).

No importa el grado de convicción si depositamos nuestra fe en una falsedad, en una idea o practica que no esté correctamente fundamentada en la Biblia, las convicciones sin el fundamento del juicio divino siempre ha traído inevitablemente resultados terribles a través de la historia del cristianismo y de la humanidad: la apostasía, la división de la iglesia del Señor, la ejecución de los herejes, la inquisición, las cruzadas, las actuales guerras religiosas, la manipulación de la fe para el enriquecimiento personal, etc.

“Pero esto, hermanos, lo he presentado como ejemplo en mi y en Apolos por amor de vosotros, para que en nosotros aprendáis a no pensar mas de lo que está escrito, no sea que por causa de uno, os envanezcáis unos contra otros. (I Co.4:6). Para ser un verdadero cristiano no basta con querer a Dios de corazón. El significado bíblico de corazón determina el alma, el espíritu y la mente humana. El corazón es un concepto figurativo para describir el centro de nuestros pensamientos, de nuestra percepción, de nuestras emociones. El corazón es un lugar especial donde se encuentran interactuando los atributos de nuestra personalidad, este es un regalo de Dios que sitúa al ser humano por encima del resto de los seres vivientes. Poseemos la singular capacidad de pensar y sentir, lo que nos ubica como corona de toda la creación. Con los sentidos percibimos determinada realidad e inmediatamente nuestra mente, el cerebro, se encarga de integrar la información sensorial en todo un sistema de clasificación de objetos y cualidades que son a su vez traducidos en símbolos o representaciones que constituyen nuestra visión del mundo, pero no podemos confiar en nuestros sentidos porque la mayoría de las veces en nuestras decisiones y juicios dejamos fuera a Dios y su voluntad.

CUARTA RAZÓN. Dios en su inmenso amor se ha revelado al hombre mediante Jesucristo y dicha revelación solo es posible por el Espíritu de Dios.

Es posible y necesario para el hombre acceder al entendimiento de la Escritura y asimilar las verdades divinas, sobre todo en aquellos pasajes en los cuales Dios ha querido indicarnos claramente el camino a la salvación eterna. Igualmente hay un deseo humano natural de conocer a Dios y la razón nos ayuda en el camino hacia el encuentro con nuestro Creador. Algunos creyentes, líderes y movimientos religiosos pretenden justificar la ausencia de un estudio sistemático de la Biblia basándose en la cita de II P.3:15-16 donde el apóstol expresa “casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas, entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición”. Una lectura honesta de este versículo indica que no toda la Escritura es oscura e impenetrable para el creyente, sino que hay “algunas porciones difíciles” de las cuales solo los “indoctos e inconstantes” se aprovechan para adulterar su significado original ya sea por ignorancia o en provecho propio, o motivados por ambas cosas.

El mismo Pablo cuestiona en I Co.2:16, “¿porque quien conoció la mente del Señor?, ¿quien le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo”, es ciertamente una pregunta provocativa o retórica. Obviamente es imposible conocer la mente divina por nuestros propios medios, ya que solo Dios la ha revelado por medio del Espíritu Santo, los pensamientos de Dios han sido expuestos al alcance del hombre en la Escritura por medio de Jesucristo y sus enseñanzas (la mente de Cristo), las cuales fueron predicadas y escritas por sus apóstoles como legado imperecedero a su iglesia en el Nuevo Testamento. Dios eligió el medio más eficiente de transmitirnos una representación de su mente: la Biblia, garantizada su inerrancia por la agencia del Espíritu Santo. “Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios” (I Co.2:11). Según la Escritura cuando Dios Padre envió a su Verbo, igualmente envía su Espíritu. Cristo se manifiesta como la imagen visible de Dios invisible, pero es el ministerio del Espíritu Santo quien lo revela, aunque el Espíritu nunca se revela a sí mismo.

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