martes, 29 de noviembre de 2011

Nunca existió un gobierno consistente en un concilio de apóstoles

Cuando la iglesia comenzó en Jerusalén en ningún momento se constituyó “de facto” un gobierno (regencia, jefatura, régimen) consistente en un concilio integrado por los apóstoles, no existe ningún fundamento bíblico que así lo confirme. Cuando el Nuevo Testamento habla de un “concilio” en Jerusalén está refiriéndose a una reunión (asamblea, convención, consejo) de líderes cristianos, no a un gobierno, en Hch.15 sucede esta reunión entre “los apóstoles y los ancianos” en Jerusalén por un asunto meramente circunstancial: tratar asuntos de doctrina y en su contexto tiene un carácter bien definido: el rompimiento con la ley mosaica, “la salvación era por fe tanto para judíos como para gentiles” (v.11) y la confirmación de principios básicos de la fe cristiana: “que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre” (Hch.15:19–20). No es lo mismo gobernar que conciliar que significa: armonizar, ajustar, coordinar, unir, mediar, eso fue lo que significó el Concilio de Jerusalén y el resultado que el Espíritu Santo decidió.

El Nuevo Testamento que es única regla de fe y práctica para la iglesia de Cristo nos enseña que los apóstoles fueron hombres llamados por Dios para desarrollar un ministerio único y no permanente en nuestros días y cuyo propósito queda bien claro en las Escrituras: ellos fueron llamados de forma singular para echar los cimientos o fundamentos doctrinales de la naciente iglesia del Señor. El ministerio apostólico cesó al morir el último de los apóstoles, este grupo de hombres nos legaron la sana doctrina de la iglesia con fidelidad y perseverancia, nada ni nadie puede añadir o quitar a los textos sagrados del Nuevo Testamento, que por demás son inspirados plenamente por el Espíritu Santo.

El propósito del ministerio apostólico

Es innegable que al cumplir el propósito para el cual fueron comisionados los apóstoles por Cristo de establecer de una vez y por todas el patrón doctrinal, estos santos hombres fungieron teóricamente como supervisores doctrinales en cuanto a la correcta predicación del evangelio y la instrucción posterior del pueblo del nuevo pacto, pero nunca se erigieron como un poder o gobierno central sobre las iglesias de Cristo locales, todo lo contrario, fueron bien claros en cuanto a la necesidad de establecer ancianos/obispos/pastores en cada iglesia y dejaron firmemente esclarecido el fijar el límite de sus funciones única y exclusivamente a la congregación local donde debían servir. En el Nuevo Testamento los apóstoles nunca se declararon como Ancianos u Obispos de determinada congregación, ni entre los judíos ni entre los gentiles, ellos siempre se nombraban cuando era necesario como apóstoles de Jesucristo.
Ninguno de los apóstoles reclamó para sí el derecho de gobernar sobre otras iglesias locales, inclusive aquellas iglesias que ellos mismos habían organizado. Los apóstoles urgieron a los primeros evangelistas y predicadores que organizaran inmediatamente en las iglesias locales a los ancianos, obispos y diáconos, un ejemplo lo encontramos en Hch.14:23. El Nuevo Testamento enseña muy rotundamente que no había distinciones entre ancianos, obispos y pastores, siempre observando la pluralidad en el liderazgo este grupo de hombres actuaban siempre en equipo con criterios unánimes, auxiliados siempre por los diáconos aprobados,

La apostasía de la iglesia comenzó atacando el gobierno local de las iglesias de Cristo buscando centralizar el poder. Después de la edad apostólica se desarrolló el llamado obispado monárquico, o sea, el gobierno de un obispo sobre varias iglesias. En el desarrollo del obispado monárquico se distingue el obispo metropolitano, o sea, un obispo gobernando las iglesias en una capital o ciudad capital de determinada provincia romana. El obispo metropolitano vino a ser considerado con el tiempo en una especie de patriarca, el patriarca de Roma se constituyó definitivamente en cabeza de la iglesia en el occidente del imperio y fue reconocido como el “Papa” (padre en latín). Precisamente la piedra angular de la gran apostasía de la iglesia católica es la sucesión apostólica, basado en un presunto gobierno que ejercieron los apóstoles.

Los protestantes y la autoridad Papal.

A partir de la Reforma nunca las iglesias protestantes y evangélicas han reconocido al “Papa” romano como la autoridad de la iglesia. Aunque en sus estructuras de gobierno han reproducido su pirámide jerárquica.

Las iglesias de Cristo y su autonomía e independencia funcional.

La principal marca teológica y bíblica que distingue radicalmente a las iglesias de Cristo de las Denominaciones Protestantes y Evangélicas es la autonomía e independencia funcional (nunca de la Palabra) de las iglesias locales. El principal mal que puede acontecer a las iglesias locales es el no seguir perseverando en el patrón neotestamentario. Uno de los objetivos de Dios al diseñar tal patrón está dirigido a evitar la tentación del poder y la corrupción.

La corrupción del patrón organizativo de la iglesia se manifiesta cuando el hombre que llega a ostentar el poder pone por delante sus propios intereses mezquinos anulando así los derechos y libertades de aquellos que debe representar y traicionando la responsabilidad que Dios ha puesto en sus manos, este fenómeno no es más que una consecuencia de la codicia. De esta forma el líder sucumbe ante la fama, el dinero y el poder, deja de ser un legítimo siervo y sacrifica la integridad moral de su llamado por la obtención de bienes ilegítimos, para conservar este poder rueda cuesta abajo y echa mano a los sobornos, el chantaje, la mentira y la coerción, mucho son los que sufren las consecuencias de la codicia. La tentación siempre está presente y debemos vigilar que la corrupción no eche raíces, el peor enemigo de la iglesia no está afuera,… habita en su interior como el grano de la levadura.

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